martes, 10 de julio de 2012

Crisis Constitucional, crisis de identidad

Parecería que hemos llegado a un punto en el proceso electoral en el que se han diluido al mínimo las posibilidades de racionalizar críticamente sus resultados y su significado. No cabe duda que hay un conflicto. Lo que no queda tan claro—cuando menos para muchos—es la naturaleza del conflicto, sus alcances, sus implicaciones y, sobre todo, si hay voluntad de resolverlo de un modo en que se aclaren las dudas y cuestionamientos, sin que, a su vez, se deje de respetar el voto ciudadano.
     Para muchos de quienes están convencidos de que hubo fraude no habrá poder humano que los haga cambiar de opinión, aún si quien lo sostiene no es capaz de producir las pruebas jurídicamente válidas para demostrarlo, o bien, aun si el fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación desecha la acusación. De hecho, dentro de quienes están convencidos del fraude hay quienes ya han descalificado al TEPJF y al IFE y, al hacerlo, descalifican a los cientos de miles de ciudadanos que participaron en el proceso electoral, a los observadores nacionales e internacionales, a los representantes de los partidos que estuvieron en las casillas y siguieron todo el procedimiento y a los 32 millones de electores que no optaron por las izquierdas.
     Quienes no creen que haya habido fraude difícilmente saldrán a las calles a exigir que se reconozca el voto. Sea por abulia, por apatía o simplemente porque no les interesa tanto todo el proceso como para interrumpir sus actividades cotidianas, la famosa “mayoría silenciosa” lamentablemente suele asumir que, una vez cumplida con su obligación ciudadana—la de depositar el voto—no es de su incumbencia los cuestionamientos o críticas que otros hagan y que es problema de las instituciones resolver el asunto. En cierto sentido se asumen espectadores de un espectáculo que, estemos de acuerdo o no, les resulta tan distante como un debate legislativo o la polémica sobre los transgénicos.
    Quienes permanecen escépticos, es decir, que no necesariamente creen que hubo un fraude, pero que tampoco creen que el proceso electoral haya sido ejemplar y libre de constricciones meta legales, el problema es delimitar hasta dónde se debe prestar credibilidad a unos y a otros, hasta dónde involucrarse y, quizás lo más difícil, cómo contribuir para centrar una discusión que unos insisten en mantener dentro de los cauces formales que marca la legislación y que otros insisten en sacar a las calles.
     No creo que haya respuestas sencillas. Esto, más que un conflicto electoral (o además de) se expresa ya como un conflicto social, en el que una serie de reclamos de distinto origen encuentran convergencia en esa suerte de solidaridad colectiva de las marchas. Varios de estos reclamos tienen su origen en la profunda desigualdad económica y social que se ha agudizado en las últimas décadas y que, por primera vez en años, toca a la puerta de los sectores medios; otros, me parecen, tienen su origen en el hartazgo de una estructura mediática que, poco a poco, se ha ido apoderando del espacio público y monopolizando la esfera pública, es decir, ese campos de deliberación y argumentación que debería expresar pluralidad y diversidad.
     Los mismos rostros y las mismas voces se repitan una y otra vez, con el mismo discurso y el mismo tono, tanto en la prensa escrita, como en la radio y la televisión. Por todos lados vemos los mismos nombres diciendo lo mismo una y otra vez. La falta de una verdadera competencia mediática en el país, ha permitido que se constituya una suerte de elite profesional de opinión mediática, marcada en mucho por la arrogancia, la autocomplacencia y la auto-referencialidad. Si bien la libertad de expresión es un principio fundamental de una democracia, ¿quién le ha dado a esa elite la autoridad moral, intelectual o profesional para asumirse como “los que sí saben”?
     En este sentido, el fenómeno de las redes digitales ha permitido construir una suerte de contra-discurso donde, si no todas, cuando menos muchas voces nuevas irrumpen en un microcosmos del espacio público, revelando puntos de vista, perspectivas e ideas contrarias a las que expresa esa elite profesional de la opinión mediática. Como en otros países, las redes digitales han sido instrumentales para articular una movilización social de gran escala que por primera vez condensa, en una relación tiempo/espacio muy concentrada, lo que los otros piensan.
     Como en el movimiento estudiantil de 1968 (y no estoy trazando ninguna analogía, porque se trata de problemas y contextos muy distintos), quienes han asumido la expresión más clara del descontento social son los estudiantes universitarios, es decir, ese sector relativamente privilegiado e ilustrado de los sectores medios de la sociedad. Lo que no me queda tan claro, sin embargo, es que las redes digitales (o socio técnicas) sean capaces de dar profundidad analítica al descontento y de generar una verdadera cohesión semántica de quienes protestan, más allá de la denuncia un tanto inmediata o la preferencia o antipatía contra partidos y candidatos. Por un lado, se expresa una diversidad espontánea que manifiesta que el origen del descontento es múltiple; por el otro, esa misma espontaneidad hace que se pierda la claridad y efectividad del mensaje, que se confunda a los enunciantes y que se yuxtapongan los fines de la protesta.
     En cierto sentido, la implicación que está en juego en este proceso electoral y por parte de quienes se han manifestado en contra de su legalidad y equidad es que han sido inútiles todos los avances que creíamos haber logrado desde 1978 y que pasan, entre otras cosas, por una verdadera división de poderes, el acotamiento a la discrecionalidad del ejercicio presidencial, la autonomía de órganos constitucionales para organizar y supervisar los procesos electorales, la configuración de un órgano jurisdiccional para calificar las elecciones y varias reformas políticas que han cercado la intervención de los medios concesionados para hacer negocio del proceso electoral e inclinar la balanza en favor o en contra de alguno de ellos.
     De ser esto cierto, resulta muy preocupante: décadas de lucha, movilizaciones, protestas, reconfiguración de fuerzas políticas ¿para qué? No quiero con esto sugerir que no les asiste la razón a quienes se manifiestan en contra del proceso y sus resultados. Pero tampoco me queda del todo claro que sus argumentos sean contundentes e irrebatibles. La pregunta es si estamos dispuestos a dar el beneficio de la duda a un sistema electoral que se ha articulado con la participación de la sociedad o si de plano descartamos que estas instituciones o instancias tengan validez y legitimidad para resolver el conflicto.
     Lo que se exigiría en todo caso es un mínimo de congruencia para todos. Si realmente se considera o se demuestra (en el sentido legal del término “prueba”) que este proceso electoral estuvo viciado de origen, entonces estamos frente a una crisis constitucional. Si ninguna de las instituciones que participó en el proceso—desde el IFE hasta los observadores nacionales e internacionales y el TEPJF—están legitimadas para atender y resolver el problema, entonces debemos reconocer dos cosas: (a) hay que reinventar in toto nuestro sistema electoral y (b) quedaría anulado todo el proceso electoral, incluyendo los triunfos de las izquierdas y habrá que reponerlo de nueva cuenta en todo el país.
     Realmente es mucho lo que está en juego. No es sólo el resultado de la elección presidencial, sino toda la estructura en que se sustenta un sistema electoral aparentemente ineficiente para concitar el reconocimiento mayoritario de la sociedad. Están en juego los avances sociales que han permitido y obligado los cambios que hacen hoy a ese sistema muy distinto al de 1988. Está en juego la credibilidad de amplios grupos sociales que acudieron a las urnas y que ayudaron a llevar a cabo todo el proceso. Si está en juego nuestra historia, está en juego nuestro futuro. La paradoja es ¿quiénes si no nosotros podemos rearticular un sistema que, sustentado ya en la participación de los propios ciudadanos, parece que, otra vez, ha fallado?

martes, 3 de julio de 2012

En busca de la impertinencia perdida




Tomando en cuenta, como lo sugiere Paul Ricoeur, que vivimos en un permanente conflicto de interpretaciones (que, por cierto, es lo que nos hace medianamente humanos y de ahí la centralidad ontológica, más que mecánica, de la comunicación) y que con frecuencia unas cosas se leen por otras, o bien no hubo concordancia entre lo que se quiso decir, lo que se acabó diciendo y lo que se entendió, creo que viene bien un ejercicio de clarificación que, por otra parte, siempre suele ser de auto-clarificación.

Al margen de la posición política que uno tenga (o crea tener, porque esa es otra: luego resulta que decir “mu” es para otros decir “ye” y empieza la de dios es cristo), los fenómenos sociales dejan una estela relativamente observable. Si nos salimos un poco de nuestra propia posición para tratar de cuando menos calibrar lo ocurrido, sostengo los siguientes puntos que no veo cómo puedan considerarse una apología de ningún partido o candidato.

1. Ni la manipulación mediática ni las marchas callejeras mostraron ser un arma lo suficientemente efectiva para logar la contundencia electoral deseada ni para impedirla. Si vemos cómo quedó repartida la votación queda claro que hubo un 60% del padrón electoral que no votó en favor del PRI, pero también que hay otro 60% que no lo hizo por las izquierdas. Eso no es tomar postura a favor de nadie: son tendencias medibles que no se pueden obviar.

2. Hubo quienes votaron en contra del PAN y del PRI, pero, nos guste o no reconocerlo, hubo quienes votaron en contra del PRI y el PRD y, más aún, quienes lo hicieron en contra del PAN y del PRD. Eso para mí no significa preferir a nadie, sino simplemente que la nuestra es una sociedad cada vez más heterogénea, plural y, sí, en cierto sentido, dividida. Pero ¡qué horror pensar en una sociedad enteramente homogénea o estrictamente binaria (o estás aquí o estás allá)!

3. En ese sentido no se vale sostener que todos los electores que no votaron por tal o cual preferencia están manipulados. Me parece una posición terriblemente arrogante y condescendiente, como si entre los casi 30 millones de votantes que no optaron por AMLO no hubiera uno sólo (o varios miles o millones) que hubiesen podido racionalizar su voto en uno u otro sentido. Si no somos capaces de hacer autocrítica y entender que hay otros puntos de vista (un problema lamentablemente recurrente en ciertas formas de izquierda), nos va costar mucho trabajo avanzar.

4. Se ha dicho que con el triunfo del PRI se retrocedió el reloj 70 años. Además de la imposibilidad física del asunto (salvo que Hawking tenga razón y el Universo ya haya empezado a contraerse), habría que preguntarse: ¿Qué hace 70 años teníamos elecciones arbitradas por una instancia no controlada por el gobierno (lo que hubiera dado Vasconcelos por un IFE y un TEPJF)? ¿Qué hace 70 años teníamos un Congreso independiente del Ejecutivo o cuando menos donde éste no fuera mayoría absoluta? ¿Qué hace 70 años existían las figuras constitucionales de los medios de impugnación o el marco jurídico y las instancias extrajudiciales—como la CNDH—para ventilar inconformidades?

Si esto se entiende como un apoyo al PRI, lamento decirles que están muy equivocados. Lo que me preocupa del argumento de la “restauración del autoritarismo” no es sólo la falta de un conocimiento más crítico de nuestra historia política, sino que parecería que en este país nada ha cambiado en los últimos 40 años y basta con que llegue un muñequito para anular todos los logros que, desde la sociedad civil organizada, hemos alcanzado.

Alegar que la llegada del PRI equivale al fin de la historia, es simplemente desconocernos a nosotros mismos y anular de tajo el potencial crítico y auto-gestivo de la sociedad civil. ¿Realmente un muñeco y su partido pueden detener el avance político de la sociedad? ¡Coño!

5. Que cambie o no el país no depende de que Peña y Televisa lo impidan o de que Andrés Manuel y las izquierdas (what ever that means) así lo decidan, sino de la acción política de la sociedad a través del Congreso y de otras instancias legales (como ya ha ocurrido). Pensar en términos ad hominem (Peña es un maldito; AMLO es un bendito; Josefa es una cuchi cuchi) es, con todo respeto, no haber entendido nada de lo que ha pasado en México a lo largo de las últimas décadas.

Cierto, la lucha por impulsar una agenda progresista puede ser más difícil, pero si se lograron cambios políticos en los momentos del autoritarismo más álgido ¿a poco ahora no vamos a poder impulsar ninguna agenda progresista? …Además ¿quién dijo que los procesos de emancipación son sencillos?

6. Y resalto la paradoja (o parajoda, como quieran) que si en algún lugar hemos retrocedido el reloj 70 años es precisamente en la ciudad de México, donde el famoso Carro Completo era la antigua práctica y la marca más distintiva del viejo PRI. ¿Quiero esto decir que estoy en contra del triunfo del PRD en la capital o en Morelos o en Tabasco? Para nada. Simplemente quiere decir que cualquier régimen político—sea del signo que sea—que carezca de contrapesos en el legislativo y el judicial tiende a ser endofágico, autocomplaciente y, ni modo, arbitrario.

Para mí, una de las características fundamentales de una democracia no sólo radica en su sentido positivo (las libertades que se conquistan o reconocen), sino también en su sentido “negativo”, es decir, en la existencia de medios de control de los actos de autoridad. En la ciudad de México, esos medios son muy endebles y tenues (bastaría ver el caso de la Supervía, por ejemplo, contra la que existen recomendaciones de la CDHDF que han sido completamente ignoradas), a causa precisamente del Carro Completo.

Pero ni hablar, así lo decidió la mayoría de los electores del DF y hay que respetarlo. Eso, sin embargo, no quiere decir que no se pueda cuestionar, discutir o analizar desde una perspectiva crítica. Sí creo que en esta ciudad las prácticas electorales del PRD deben ser analizadas desde una perspectiva autocrítica, porque ni modo de cuestionarlas en otro lado pero no aquí.

7. Por último, creo fervientemente en aquella frase de Lennon en Revolution: “You tell me it's the institution/Well, you know/You better free you mind instead/ But if you go carrying pictures of chairman Mao/You ain't going to make it with anyone anyhow” o, para retroceder el reloj (y aprovechando que cumplen 50 años de andar rolando), esta otra version de los Rolling Stones con especial cariño para el #YoSoy132:

http://www.youtube.com/watch?v=fN6XRwnYzL4&feature=related

lunes, 2 de julio de 2012

El Día Después de Mañana

Estos siete puntos pretenden ser apenas un breve apunte de lo mucho que nos arroja el proceso electoral y sus resultados. Tal vez sea muy prematuro querer analizar algo que tardará meses en asentarse, pero todo esfuerzo provisional puede ayudar a definir perspectivas y a exorcisar fantasmas y enconos que, creo, no vienen al caso:

1.      Ni el PRI con todo el apoyo de Televisa, ni las izquierdas, con todas sus marchas (y, dicho sea de paso, con su lamentable campaña del miedo) lograron concitar una mayoría contundente. Quizás esto hable de un México dividido entre ciertos atavismos históricos y otro que todavía no se atreve a transitar del todo hacia la social democracia (porque si algo NO tienen ni López Obrador, ni el PRD, ni mucho menos Marcelo Ebrard es un programa, una ideología y un discurso mínimamente emparentados con el socialismo)

2.      Lo que sí quedó claro como tendencia nacional—más del 70% de los votantes—es el rechazo al PAN. Salvo en Guanajuato (de ahí que haya tanta momia), una mayoría significativa de mexicanos manifestó su hartazgo por un discurso y una política belicosos que no han convencido a nadie y por esa moralina de derecha, propia de un boticario o de un cura de pueblo.

3.      Si bien la industria de radio y televisión ejerce una fuerte influencia sobre el imaginario colectivo, cada vez es mayor el número de personas (jóvenes sobre todo) que son capaces de entender y ver el mundo y el país de otra manera; cuando menos, desde su propia mirada (correcta o incorrecta) y no sólo a través del filtro de López Dóriga, de Ciro Gómez Leyva, de Carlos Marín o de Adela Micha.

4.      Las nuevas tecnologías digitales, aunque en México todavía no son de uso mayoritario, han convertido a la computadora y al teléfono celular en medios coloquiales (más que sociales) de interacción. En muchos sentidos, esta forma de interacción digitalizada permitió darle la vuelta a la gran maquinaria mediática y sus epígonos. No es un cambio menor, pero, OJO; tampoco es ninguna panacea.

5.      Quizás lo más importante de este proceso es que cada vez resulta más evidente la toma de conciencia y la maduración de una cultura política—deliberativa y argumentativa, aunque todavía en ciernes—si no en la gran mayoría de los mexicanos, sí en porciones y grupos cada vez más significativos. Quienes han tenido el privilegio de asistir a una preparatoria y a la Universidad tienen una verdadera responsabilidad en el sentido de tratar de extender lo más posible los beneficios de una inteligencia crítica sobre todo entre quienes todavía dependen de lo que diga el cura o la pantalla.

6.      Al no haber mayorías contundentes—ni relativas ni absolutas—el campo de relaciones políticas exige como nunca la política del consenso, del acuerdo, de la verdadera comunicación política entre actores partidistas, sociedad civil y medios de información. Cada vez se hace más necesaria la lógica del mutuo entendimiento, es decir, de la clarificación de aquellos temas y términos que reconoceríamos como comunes y sobre los cuales tendríamos que trabajar en conjunto los tres poderes, los órganos constitucionales autónomos y la sociedad civil organizada: desde los problemas ambientales y de agua, hasta el reconocimiento de la pobreza (algo que el PAN jamás entendió), pasando por la educación y la redistribución del ingreso.

7.      Dada la actual conformación del Congreso, una de las primeras tareas fundamentales de los grupos progresistas—comenzando por la parte más rescatable del #YoSoy132—será de la impulsar en el Legislativo una agenda temática que incluya esos y otros rubros; pero sin duda, de lo primero que hay que atacar es la reconfiguración de la industria mexicana de radio y televisión para desconcentrarla, abrirla a una legítima competencia y al fortalecimiento de los medios de interés público. Esto me parece más factible y viable para poner en práctica la democracia y obligar al Ejecutivo a sentarse a dialogar, que andar marchando por las calles.

martes, 19 de junio de 2012

¿Ahí viene el lobo?


El síndrome del Golem posmoderno



En política no hay nadie totalmente bueno ni completamente malo. La oposición binaria bueno/malo no aplica, creo, cuando hablamos del Poder. Desde luego el Poder tampoco es un absoluto, pero su esencia semántica, nos lo recuerda Maquiavelo, no radica en la bondad o en la maldad. Podría, en algunos casos, sustentarse en la oposición Poder/subordinación y en otros, los menos, en la oposición Poder/representación. El contrario dialéctico del Poder (pero no su opuesto binario) es la ética. Y creo que sólo desde ahí, como un territorio ajeno a la política pero con la que tiene ciertos cruces, podríamos cuestionar la legitimidad o racionalidad de ciertas formas de Poder.
     Si pensamos en Adolfo Hitler, para muchos el epítome de la maldad, no puede soslayarse que, al igual que otros autócratas, gozó del apoyo implícito o explícito de vastos sectores de la sociedad a la que gobernó. En muchos sentidos Hitler (o Franco, o Mussolini, o Pinochet) no fue sino la proyección que dio forma personalizada a cierto inconsciente colectivo en el que anidaba la aceptación no enunciada de las tesis que se convirtieron en el eje del poder. La brutalidad del régimen de Hitler, pues, no es ajena a la complacencia discreta de una sociedad que, en el fondo coincidía con sus postulados desde mucho tiempo antes (como lo presenta Eco en el Cementerio de Praga).
     Por otra parte, si pensamos en Churchill o aun en Gandhi, descubrimos que detrás del velo de admiración y en algunos casos de santidad con los que se les suele recubrir, tomaron decisiones desde el Poder (Coventry, en el caso del primero, y en el otro su rechazo a negociar con la Liga Musulmana en 1946) que sólo se pueden entender (aunque difícilmente justificar) desde una ética “despersonalizada” (i.e. cuando se dice: “Fue terrible que muriera tanta gente, pero era históricamente necesario que así ocurriera”).

II
Es lógico que en la lucha por el Poder los políticos profesionales y aun los políticos por vocación (véase la distinción en Weber) busquen llevar sus argumentos a un terreno de reducción lógica extrema, es decir, a una simplificación exacerbada cuyo resultado último tiende a la descalificación absoluta del otro, del contrario. Negar al otro, descalificarlo, es deslegitimar su visibilidad política, su derecho a contender por el Poder y consecuentemente negarle credibilidad alguna a su discurso, a sus propuestas.
     En el México moderno lo vimos en la feroz campaña que se articuló desde la iniciativa privada y del Partido Acción Nacional contra Andrés Manuel López Obrador, en 2006. Pero también lo estamos viendo ahora, sólo que del otro lado. Hay una simetría semántica entre la descalificación a López Obrador que se ejerció desde los medios en 2006 y la que hoy se ejerce contra Peña Nieto (y en menor medida contra Quadri) desde diversos movimientos que, a quererlo o no, han ido escalando el tono de histeria irreflexiva. Se habla de restauración del viejo régimen represor, de la vuelta al pasado (como si el PRI actual fuera semejante al PRI del nacionalismo revolucionario), del horror y del espanto como si Peña Nieto y sus simpatizantes—que los hay—fueran a llegar a Los Pinos a bayoneta calada.
     Precisamente la obligación de quienes no nos dedicamos profesionalmente ni por vocación al ejercicio del Poder—nuevamente, trato de hablar desde la ética y no de la oposición binaria entre “buenos” y “malos”—es tratar de rescatar las posibilidades de la razón, devolver al lenguaje su función dialógica y clarificadora de los términos del discurso político más allá del maniqueísmo fácil. Incluyo entre estos a los estudiantes, los académicos, los escritores y los profesionales. Es tarea fundamental sobre todo de las Universidades el contribuir a un clima de racionalidad argumentativa, de deliberación crítica capaz de orientar lo más razonablemente posible el voto y no de atizar el clima de neurosis política que, como ocurrió en el 2006 y parece que hoy se repite, sólo contribuyen a una profunda división y encono públicos.
     Ni Andrés Manuel López Obrador es un santo, ni Enrique Peña Nieto es un demonio o un pelele. Los dos son políticos profesionales. Los dos militan en Partidos cuya historia—antigua o reciente—deja mucho que desear en materia de honestidad y transparencia. Ambos han tomado (o dejado  de tomar) decisiones que han afectado a muchos sectores, o bien, que han favorecido injustamente a otros. Verlos como el “bueno y el malo” es reducir el problema de la política a un argumento de pastorela.
     Personalmente, me identifico mucho más con las tesis políticas que sostiene Andrés Manuel López Obrador y admiro profundamente a la mayoría de quienes ha propuesto para integrar su gabinete. Pero eso no implica que descalifique a Enrique Peña Nieto o al PRI in toto. No sólo porque forman parte de una geometría política cuya condición democrática radica en la pluralidad y la tolerancia, sino porque hay argumentos y propuestas de administración pública que no me parecen descabelladas y que resultan bastante realistas y convincentes.
     Tal vez López Obrador responda más a la tipología del Político por Vocación (aquel que vive para la política) y Peña Nieto responda más a la tipología del Político de Profesión (aquel que vive de la política) que propuso Weber. Aun así, me preocupa el clima de histeria irreflexiva que se está gestando en este último tramo del proceso electoral y me preocupa aun más que la movilización estudiantil contribuya a ello.
III
No podemos pasar por alto que en una democracia, como la que tímidamente se está tratando de construir en el país, el Ejecutivo es sólo uno de los componentes del Poder. Hay que pensar que la configuración del Legislativo resulta tan o más importante y que el Judicial ha jugado ya un papel axial para acotar los actos de autoridad tanto del Presidente como del Congreso. El caso de la Ley Televisa demuestra, por partida doble, cómo desde la racionalidad institucional se puede echar abajo la extralimitación de los poderes Ejecutivo y Legislativo, así como las pretensiones meta-constitucionales del monopolio mediático en tanto que poder fáctico.
     El movimiento estudiantil que surgió en mayo de 2012 comenzó como la respuesta de un sector de la sociedad civil, organizado desde y a través de las redes digitales, al intento mediático de construir la ficción de un resultado inevitable, como si a suerte ya estuviera echada y Enrique Peña Nieto estuviera predestinado a llegar a la presidencia de la República. Pero mucho me temo que lejos de promover una agenda orientada hacia la racionalidad argumentativa, a la imparcialidad en el manejo de la información y hacia una mayor pluralidad de la esfera pública, una parte importante del estudiantado ha caído en un inercia irracional y descalifican—frecuentemente sin argumentos y sin conocimiento de la historia política de México—al que han querido construir como el Golem postmoderno.
     Me preocupa por que en este ánimo de erradicar y nulificar al contrario, estamos dejando pasar la oportunidad de construir una plataforma discursiva verdaderamente plural y crítica. Gane quien gane la presidencia de la república, tendrá necesariamente que gobernar a partir de una agenda consensada con los otros partidos y fuerzas políticas del país. Eso es, precisamente, lo que distingue a los regímenes democráticos: el derecho a la palabra de todos y el que nadie—salvo la Ley—tenga la última palabra. Pero ¿cómo construir consensos cuando de entrada se descalifica totalmente al contrario? ¿Cómo apelar a la reconciliación política cuando se niega al otro el derecho al discurso?

martes, 12 de junio de 2012

¿Hay diferencia en declararse Contra o Anti?



Hace poco, el 2 de junio, un compañero alumno de la FCPyS me preguntó:
 
"Profesor, tengo una duda respecto a la diferencia entre dos posicionamientos de los cuales ya abordamos uno en clase, pero se me ocurrió otro que no estoy seguro que necesariamente sea no democrático. Uno es el de ser "anti" y ese creo que me queda claro; del que tengo duda es respecto al de estar "en contra de", y lo planteo con una analogía pambolera para ser claro respecto a mi duda: El partido de mañana de la selección mexicana, lo jugará "en contra de" la de Brasil, sin embargo, me parece que no sería lo mismo si la selección mexicana jugara "anti-Brasil". Saludos, y de antemano gracias por la aclaración."
 
Esta fue la respuesta:
 
Es muy interesante tu punto, pero creo que se refiere a un tecnicismo semántico.
 
     Jugar en contra de se refiere aquí a <encuentro> o estar <frente a>. Algunos comentaristas dicen que tal selección enfrentará a su similar de...o bien, México ...frente a Holanda.
 
     No se trata de una preferencia en el sentido de tener el público una participación activa en el resultado del <encuentro> o <cotejo>.
 
     No es lo mismo en un proceso electoral, donde el resultado sí depende no sólo de los participantes directos (candidatos) sino sobre todo de los electores (que por ese sólo hecho dejan de ser espectadores y pasan a ser participantes).
 
     La pregunta es, entronces, ¿tú votas EN CONTRA de alguien? Puede ser. Se llama voto de castigo. Pero, por regla general, se vota en favor de....Aun si tu intención no es tanto apoyar aquel por el que votaste sino fregar a sus contrincantes. 
 
     En el caso del movimiento estudiantil, éste puede estar en contra de....(la manipulación, la simulación, la concentración mediática, la imposición), pero eso es distinto a declarse Anti, porque parecería que su objetivo no es por una reforma o cambio amplio, sino simplemente que se asumen a partir de una lógica ad hominem (como los nazis anti judíos; los judíos anti palestinos; los españoles anti árabes o ciertos gringos que se declaran anti mexicanos). Sí hay diferencia.....Y si se está en contra de algo (o alguien), entonces también hay que explicitar a favor de qué o de quién se está....¿no?
 

domingo, 27 de mayo de 2012

Lindes y deslindes: de la primavera al otoño, sin conocer el verano

Lindes y deslindes
De la primavera al otoño, sin conocer el verano
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En mi colaboración anterior comenté que había tres líneas discursivas compitiendo por la cohesión semántica de lo que sigue siendo, todavía, una movilización estudiantil: (a) la que se pronuncia en contra de la manipulación mediática de la información y del voto; (b) la que se pronuncia abiertamente contra el PRI y Enrique Peña Nieto y (c) la que se pronuncia abiertamente a favor de Andrés Manuel López Obrador.
     Aunque todavía hay muchas imprecisiones, la cohesión semántica del movimiento tiende, sobre todo, al inciso b), pero manteniendo una difícil y contradictoria relación con el inciso a). Prefiero no entrar en tecnicismos analíticos y me apoyo en las declaraciones del encuentro estudiantil en Tlateloco, ayer, sábado 26 de mayo de 2012, según lo reporta La Jornada de hoy 27:
Declaración A: “No queremos que llegue el PRI para gobernar México, eso lo tenemos muy claro”, pero tampoco “queremos hacerle la chamba a ningún partido: PRD, PAN o Panal. Creemos en el voto informado y en la participación ciudadana a través del sufragio”
Declaración B: “Si queremos tener éxito en esta lucha”, aseguraron estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) reunidos en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, “debemos salir de las redes (sic). Hacer contacto con la gente en las calles, en los parques, donde podamos, para promover por qué estamos luchando, pero también a que (los ciudadanos) participen de forma crítica en el proceso electoral, que reflexionen su voto”.
¿Cuáles son las contradicciones que se expresan en estas perspectivas y que a mi juicio fragmentan y distorsionan el espíritu original de la protesta? Encuentro, en la Declaración A tres contradicciones fundamentales: una de caráter político, otra de carácter lógico y una más de carácter ético. En la declaración B encuentro una contradicción de carácter semántico, es decir, una paradoja.

     Comienzo por el primer grupo:
1.      No se puede declarar en contra de la manipulación informativa y de la inducción del voto y salir a la calle para hacer precisamente eso mismo.  Es muy distinto invitar a la ciudadanía a informarse y reflexionar su voto, a decirle que no vote por zutano o perengano.
     Las preferencias electorales son individuales (de ahí que el voto sea libre y secreto) y coincido en que hay que invitar a la persona a pensar e informarse. Pero no coincido en sugerir o inducir de ningún modo la preferencia de nadie a través de una movilización que, ya de entrada, se declara en contra de Zutano o Perengano. Cuando menos se trata de una contradicción política.
2.      No se puede estar a favor de la democracia—que por su propia naturaleza es inclusiva y plural--y al mismo tiempo aplicar una cláusula de exclusión: que participen todos, menos Fulano. Si vamos a promover una cultura democrática, tenemos que aceptar el principio de la universalidad de la participación. No olvidemos que la cláusula de la exclusión es una de las armas favoritas del autoritarismo, cualquiera que éste sea signo y cualquiera que sea su destinatario (homosexuales, mujeres, judíos, etc.).
                 Se trata, por decir lo menos, de una contradicción lógica.

Cito a Noam Chomsky y agradezco a @MarioAlberto_H el envío:



“…Si crees en la libertad de expresión entonces crees en la libertad de expresión para puntos de vista que te disgustan. Por ejemplo, Goebbels estaba a favor de la libertad de expresión sólo para los puntos de vista que compartía, igualmente Stalin. Si estás a favor de la libertad de expresión, eso significa que estás a favor de la libertad de expresión precisamente para los puntos de vista que no compartes, de otra forma, no estarías a favor de la libertad de expresión.”


3.      No se puede cuestionar la legitimidad de las acciones de empresas como Televisa y TV Azteca y, aun sin proponérselo, acabar haciendo exactamente lo mismo que se critica. Hace seis años estas empresas y otros grupos de presión construyeron una histeria social mediante el burdo recurso de exponer a Andrés Manuel López Obrador como un peligro para México. ¿Se acabrá cayendo en la trampa de declarar hoy a Enrique Peña Nieto un peligro para México y generar el mismo clima de histeria irracional que hace seis años?

     Cambian los personajes, pero la técnica y el discurso son los mismos. Se trata, cuando menos, de una contradicción ética.
En cuanto a la declaración B encuentro una paradoja exquisita: piden los compañeros de la UNAM salir de las "redes" supongo que en alusión a las llamadas redes sociales (Facebook , Twitter y YouTube, fundamentalmente) y piden hacer contacto con la gente en la calle, cara a cara. Pues bien ¿no son esas, precisamente, las verdaderas redes sociales? Las otras no son sino redes digitales, pero la verdadera labor política--y en eso coincido--comienza con la interacción dialógica cara a cara.
     El problema es ¿qué va a pasar si se topan con gente que quiere votar por el PRI? Conozco a mucha personas—colegas, amigos incluso familiares--que sin ser corruptos ni transas y sin haber tenido o andar buscando un puesto político, votarán por el PRI. Allá ellos. Pero es su derecho y están en libertad de hacerlo.  Ese es, precisamente, el sentido de la democracia.
    ¿Los respetarán o los acusarán de vendidos, de corruptos, de enajenados?
     En última instancia, se trata de una movilización estudiantil. Es SU movilización que ya están convirtiendo en movimiento. Pero ¿qué clase de movimiento? ¿De exclusión? Sólo ellos, los estudiantes y los jóvenes, a través de la reflexión y la autocrítica, podrán definirlo. Tienen en sus manos un gran capital simbólico. Ojalá lo sepan proyectar hacia el problema de fondo y no hacia un problema coyuntural.
     Coincido: lo político no tiene porqué no ser apartidista. Pero la tendencia muestra que, más que político, el movimiento se está inclinando hacia lo electoral. Todo lo electoral ES político, pero no todo lo político ES electoral......
     Personalmente considero que no hay personajes más patéticos y lamentables que Gabriel Quadri y Josefina Vázquez Mota, pero reconozco y defiendo su derecho a participar en el proceso electoral. Si los quiero derrotar para eso están las urnas, no las movilizaciones por consigna. 
Concluyo con una mini ficción política:
En la penumbra de algún cuarto ubicado en las cercanías de Av. Chapultepec, o tal vez en Santa Fé, aunque también podría ser en Periférico, entre Altavista y Av. Toluca, un españolillo se acicala barba y bigote mientras deja enfriar una botella de champaña. Piensa para sí:
--Todo está saliendo a pedir de boca. La muchachada está en las calles. Lo de Yarrington (y los que faltan) no pudo ser más oportuno. Ya se está proyectando Los Cristeros y en junio se estrena Colosio…..
     El español entrecierra los ojos, esboza una sonrisa y continúa su monólogo:
--El IFE, a su vez, ya contrató a Hildebrando Zavala—el mismo que me ayudó la vez pasada—pero a nadie le importa porque todos están demasiado ocupados en las calles mentándosela a Peña. Bien….
     Ahora sólo falta que Josefina decline por Andrés Manuel (como ocurrió en Oaxaca y Puebla)…..y cuando México despierte, el PAN ahí seguirá….y yo con él…..Solá nunca estará solo.

lunes, 21 de mayo de 2012

Claves para una primavera estudiantil mexicana

 

(Notas para una crítica  del uso social de las redes tecnológicas

y la movilización estudiantil en el proceso electoral)

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I
Se ha comentado ampliamente lo ocurrido en el campo político electoral desde la visita de Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana. Se ha cuestionado la posición agresiva que adoptó la dirigencia nacional del Partido Revolucionario Institucional respecto de las expresiones de muchos estudiantes durante el acto, las descalificaciones a los jóvenes que abuchearon al candidato Peña y la consecuente movilización de estudiantes para deslindarse del calificativo de porros o acarreados (lo cual no implica que no haya habido militantes de otros partidos que buscaron caldear los ánimos).
     Fue emotiva y creativa la reacción de un grupo de alumnos de la UIA que, credencial en mano, dieron la cara en un video y aparecieron públicamente señalando que no eran porros ni acarreados pero que sí habían participado en el repudio al candidato del PRI. Esta primera entrega de imagen dio pie, unos días después, a dos movilizaciones que, acaso por razones de calendario, fueron creciendo en magnitud de un día a otro: el viernes 18 contra Televisa (a la que sumaron alumnos del ITAM), el sábado 19 contra Enrique Peña (a la que se sumaron alumnos de la UNAM, la UAM, la UACM y el Poli) y el domingo 20, aunque no necesariamente están ligadas, a favor de López Obrador.
     Poco se ha dicho sobre el significado que estudiantes de cuando menos dos universidades privadas hayan protestado en actos que tradicionalmente han encabezado las universidades públicas; acaso también entre los sectores más privilegiados la crisis y la falta de expectativas profesionales están haciendo mella en el ánimo de los jóvenes que no perciben con claridad el futuro. Por otra parte, es de rescatarse que este grupo de jóvenes haya manifestado su inconformidad con las formas en que se maneja la información mediática en el país, particularmente por lo que toca a Televisa, Televisión Azteca, Milenio Televisión y las encuestadoras que estas empresas privilegian y que, invariablemente, ponen a la cabeza al candidato del PRI. Aun si esta información tiene sustento objetivo, la percepción en muchos sectores de la población es que no refleja fielmente la realidad ni el sentir de la sociedad.
     Por otra parte no son pocos los analistas, e incluso los estudiantes, que han dado un lugar central a las redes sociales—a las que algunos han calificado de 5° poder—y en las que encuentran un dinamismo creativo y una interactividad de los carecen los medios informativos convencionales. No ha faltado quien incluso trazó paralelos con la llamada Primavera Árabe y se habla de una suerte de oposición o alteridad informativa más creíble y próxima al horizonte intelectual de los jóvenes. Parecería que, a partir del fenómeno de las redes sociales (de modo muy acusado Twitter y Facebook), se ha despertado una conciencia crítica y una capacidad de movilización que modificaría las posiciones actuales en la medición de las encuestas e idealmente los resultados del proceso electoral.
     El hartazgo ante lo que ha sido una campaña electoral anodina, incolora y acartonada—y la insistente promoción editorial en el sentido que las elecciones ya estaban definidas en favor de Peña Nieto y lo único que restaba por ver era quién quedaba en segundo lugar—estalló en una suerte de catarsis que al tiempo que ha dignificado la posición de los electores (sobre todo de aquellos que por primera vez van a participar en un proceso electoral), ha dado un giro cromático e imaginación a la competencia electoral. Basta ya de los comentarios “autorizados” por parte de un grupo de periodistas que, en mucho, actúan como jueces y partes del proceso electoral, arrogándose una perspicacia analítica de la que los demás sólo podemos dar testimonio como espectadores pasivos. El estudiantado demostró que no es el caso.
 
II
Sin embargo, es importante poner las cosas en perspectiva y plantear una serie de cuestionamientos que nos permitan acercarnos a las diversas lecturas y sus limitaciones que se abren a partir de esta serie de acontecimientos. A continuación propongo tres puntos que, si bien discutibles, pueden ser plataforma de un debate inicial.
1.      Creo que es fundamental no confundir el fondo (la capacidad social de autogestión y acción concertada para logar un determinado fin) con la forma (los mecanismos, medios o herramientas para convocar a los actores sociales). Decía Jesús Reyes Heroles que, en política, la forma es fondo y el fondo es forma. Desde el plano de una percepción primaria—lo que los teóricos llaman realismo ingenuo—la sentencia sin duda se ha cumplido en diversas ocasiones (por ejemplo el “ya cállate chachalaca” de López Obrador candidato, o el “comes y te vas” de Fox ya siendo Presidente). Pero aquellos que se interesan por un análisis más profundo y por una crítica más racional de los procesos sociales, deben ir más allá de las apariencias primarias y procurar descubrir, diferenciadamente, la estructura oculta detrás de cuando menos algo de lo que está ocurriendo.
     La capacidad de autogestión social siempre ha existido. Baste recordar a Espartaco en la Roma antigua, el movimiento de los barones ingleses contra la Monarquía que condujo a la Carta Magna en el Siglo XIII, las revoluciones americana y francesa, la guerra de Independencia mexicana o, ya en nuestras propias latitudes, la revolución de 1910, la guerra de los Cristeros, el movimiento estudiantil de 1968, la creación del FDN en 1988, etc. Ninguno de estos movimientos se sostuvo en una tecnología de la información.
     Puede ser que, según avanzamos en el tiempo, ciertos medios de información hayan jugado un papel auxiliar en aglutinar fuerzas dispersas, pero todos estos procesos de transformación tuvieron su inicio en la capacidad de racionalidad dialógica de un grupo de individuos que expusieron puntos de vista, proyectos, críticas e ideales independientemente de las tecnologías de transmisión de información existentes.
    He sostenido anteriormente y lo hago ahora, que las movilizaciones sociales NO dependen de ni son el producto de las tecnologías de información—por avanzadas y novedosas que éstas nos puedan parecer—sino de las interacciones discursivas que preceden al uso de las tecnologías. Por otra parte y a reserva de parecer muy quisquilloso, considero que lo que se llama convencionalmente “redes sociales” debe ser entendido como el uso social de redes tecnológicas, que no es exactamente lo mismo.
     Habiendo señalado lo anterior, sí creo que lo que diferencia el uso social de las redes tecnológicas en este proceso son dos cosas fundamentales:
·         La velocidad para articular una movilización (que no debe confundirse, cuando menos no aún, con un movimiento social)
·         La espontaneidad colectiva con la que operan, desplazando de entrada la existencia de uno o varios líderes claramente visibles o identificables (es, sin duda, una suerte de Fuenteovejuna posmoderna). Esto ya lo han señalado varios autores, primordialmente Manuel Castells, que introdujo el concepto de horizontalidad en la gestación de este tipo de movilizaciones.
Esta observación me parece pertinente porque al tiempo que el uso social de las redes tecnológicas supone una gran ventaja operativa y espacio-temporal, también supone una desventaja considerable en términos de la unidad discursiva y teleológica de las movilizaciones de protesta.
2.      Tampoco debe confundirse una movilización de un sector de la población, por llamativa que parezca, con un movimiento social. La parte verdaderamente difícil que enfrentan este tipo de expresiones auto-gestivas es transformar la inercia y espontaneidad iniciales (tan festivas y llenas de imaginación y creatividad) de un acto simbólico en una acción racional, de carácter propositivo y teleológicamente fundada, en el sentido que Max Weber habla de la acción: ya sea de carácter puramente instrumental (con arreglo a fines) o de carácter ético-normativo (con arreglo a valores).
     El tránsito de una movilización relativamente espontánea (protestar, marchar, el grito desenvuelto y la catarsis grupal) a un movimiento social (la estructuración de una acción con fines claramente establecidos, diseño de mecanismos para lograr éstos e identidad organizativa) supone dar sentido concreto a  su operatividad (un calendario de acciones con fines delimitados, una distribución racional de las acciones y una responsabilidad pública claramente identificada), con base en una racionalidad discursiva.
3.      En este sentido, distingo cuando menos tres líneas discursivas (cada una con su propia carga semántica) en lo que ha ocurrido desde el incidente de Enrique Peña Nieto en la Universidad Iberoamericana, que de modo muy interesante, no se han logrado distinguir en y desde las redes tecnológicas:
a)      La protesta contra los grandes consorcios mediáticos que, a través de la simulación de un periodismo objetivo, promueven una línea política y apoyan a (o cuando menos buscan facilitar la percepción favorable de) un candidato, específicamente la relación Televisa-Milenio TV-encuestadoras con Enrique Peña Nieto y el PRI (pero que extienden sus cuestionamientos a la confiabilidad de las instituciones electorales, a la poco eficiencia del legislativo y a la falta de representatividad de los partidos políticos todos)
b)      Aquella que explícitamente se declaró en contra de Enrique Peña Nieto y del PRI
c)      Aquella que explícitamente se declaró en favor de Andrés Manuel López Obrador.
     Ahora bien, ante la falta de una racionalidad discursiva y de una cohesión argumentativa de lo que hasta ahora sólo ha sido sino una movilización estudiantil parcial, no se pueden extrapolar estas tres líneas discursivas como si fueran un silogismo. Quien está situado, por ejemplo, en el supuesto a) NO necesariamente supone que acepta el b) y el c) y quien está situado en el supuesto b) NO necesariamente supone que está comprendido dentro del c). Sólo quien está en el supuesto c) podría coincidir con los dos primeros incisos, lo cual, por otra parte, no quiere decir que el apoyo fundamental de López Obrador dependa de ese grupo estudiantil.
III
En la medida en que no se articule una lógica argumentativa que permita pasar del mero “slogan” (o mensaje) de lo que hasta ahora sólo ha sido una movilización estudiantil, a una tematización agendable (o lo que los funcionalistas llaman agenda setting) y, de ésta, a la articulación de un discurso político para construir una plataforma dialógica (como ocurrió con el movimiento estudiantil de 1968), las movilizaciones corren siempre el riesgo—como ocurrió en Egipto y Libia, por ejemplo—de perderse en su propia espontaneidad. La falta de una racionalidad discursiva diluye la cohesión inicial del grupo y lo fragmenta en una serie de ideas o nociones inconexas y carentes de sentido teleológico.
     ¿Qué es, finalmente, lo que se busca? ¿Anular la candidatura de Enrique Peña Nieto? ¿Deslegitimar el proceso electoral en su conjunto? ¿Construir una plataforma estudiantil para apoyar a Andrés Manuel López Obrador? Los primeros dos supuestos conllevan una profunda carga antidemocrática.
     No porque no nos guste un candidato podríamos pedir que se anule su candidatura o su derecho a debatir su proyecto político. Además: suponiendo que Peña Nieto no fuera el candidato del PRI o que éste no participara en el proceso electoral ¿se modificaría sustancialmente el problema de fondo de la política mexicana? También sería grave descalificar el proceso electoral en su conjunto—en el que, mal que bien, participan directamente los ciudadanos—porque un grupo de medios han decidido implícita o explícitamente dar su apoyo a uno de los candidatos.
     Entiendo que hasta el momento nadie explícitamente ha pedido eso, pero yace como subtexto de una parte de las demandas de la movilización. Por otra parte, el tercer supuesto resultaría paradójico porque quienes lo esgrimen estarían incurriendo en lo mismo que le critican a Televisa-Milenio TV-GEA-ISA, nomás que a favor de Andrés Manuel López Obrador.
     Desde mi punto de vista, la aportación más valiosa de esta movilización inicial y que uno esperaría pudiera madurar en un movimiento radica en la primera línea discursiva: La protesta contra los grandes consorcios mediáticos que simulan una objetividad periodística, la concentración antidemocrática de los medios electrónicos de información (es ya francamente insostenible) y la falta de representatividad real de los partidos políticos que, lejos de responder a los intereses de una sociedad crecientemente plural y crítica, se han encerrado en sí mismos, en su propia auto-representación, desvirtuando el sentido de la política y de una contienda genuinamente democrática.
     Un movimiento de esta naturaleza podría tener, a largo plazo, una efectividad mucho mayor que la de meramente externar repudio ante una candidatura. Por ejemplo, se podría conminar al IFE a un diálogo con una representación plural estudiantil para explicitar aquellos puntos del proceso electoral—por ejemplo, los debates o la selección de la empresa que suministrará la plataforma electrónica para el conteo de votos—que han generado molestia y dudas. Asimismo, se podría articular una presentación y un debate público con el próximo Congreso para discutir una verdadera transformación de la Ley Federal de Radio y Televisión y crear una instancia autónoma, con participación ciudadana, para ampliar y dar mayor credibilidad a los espacios en la radio y la televisión. De antemano muchos nos sumaríamos a una iniciativa de esa naturaleza.


ooOoo


domingo, 6 de mayo de 2012

El primer debate presidencial

Mi impresión sobre este primer debate entre candidatos presidenciales:

1. Pésimo gusto del IFE de abrir el debate paseando a una mujer a la que ataviaron de cabaretera. Es absurdo que un órgano constitucional autónomo caiga en un recurso que no venía a cuento.

2. La producción, pese al berrinche de Televisa, no fue tan mala. Desde luego no espectacular, pero tampoco una tragedia.

3. Contra las expectactivas, Peña Nieto no lo hizo tan mal. No es un genio de la palabra ni tiene dotes de orador, pero sostuvo su piso y no incurrió en improperios ni gazapos. Tampoco dijo nada nuevo ni brillante. Simplemente se mantuvo en su sitio.

4. Siento mucho decirlo, porque lo admiro en muchos sentidos, pero Andrés Manuel se perdió en un discurso obtuso y ajeno a la temática. No sé si fue una estratgia para generar la impresión que la elección es entre él y Peña Nieto (desplazando a la ya de por sí desplazada Josefina), pero la impresión que dio es que no tenía información o propuestas sobre los temas a discutir. Por ejemplo, en vez de hablar de ciencia y tecnología o educación superiror se puso a echarle pleito a Peña o a referinos a la muy consabida mafia del poder.

5. Quadri fue sorpresivamente articulado, inteligente, con mucha información y muy elocuente (muy académico). Ahora bien, mucho de lo que dijo--aunque lo haya dicho muy convincentemente--es muy peligroso y sospechoso. ¿Privatizar la seguridad carcelaria? ¿Privatizar Pemex? ¿Defender tácitamente a Elba Esther?

6. De Josefina---y aquí reconozco una total parcialidad de mi parte--no puedo decir mucho. Patética la referencia a la niña Paulette; cínica al hablar de paz, cuando representa un gobierno que generó las condiciones para un estado de guerra absurdo (cuando menos para el que no estaba preparado el Gobierno) y si alguien tiene cola que le pisen es ella (en su gestión como funcionaria pública y como legisladora) y su partido.

Fuera de eso, hay que decirlo: esto NO fue un debate. Fue una pasarela más o menos anodina, superficial y que deja más interrogantes de las que resuelve.

domingo, 15 de abril de 2012

El uso de niños en campañas políticas y publicitarias

El uso de niños en campañas sociales y políticas: ¿el fin justifica los medios?
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Mi cuestionamiento al video de los llamados “niños incómodos” no es tanto de incomodidad cuanto de ética. Aun si reducimos la comunicación a su expresión más básica (el quién dice qué, a quién, cuándo y cómo) el asunto es que este tipo de anuncios constituyen una expresión del abuso de los principios fundamentales de la libertad de expresión, al recurrir a ciertas técnicas de persuasión e inducción que ponen a flote una pregunta esencial: ¿el fin justifica los medios?

     Señalo dos de los puntos que me parecen más importantes: el primero es el uso de niños como instrumentos de efectividad publicitaria, es decir, para lograr que el mensaje tenga el máximo de atención precisamente al recurrir a un “signo” cuyo efecto emocional es muy fuerte. El otro punto es la autoridad moral del emisor. Es imposible disociar el mensaje (y esto lo digo porque he escuchado a varias personas señalar que lo importante es lo que se dice) del emisor y del contexto.

     Si a efectividad vamos ¿podemos y debemos aplaudir las técnicas subliminales, emotivas y dirigidas a la parte más visceral del entendimiento que se utilizaron en la Alemania de los años 30? (Véase este video: http://www.youtube.com/watch?v=Wr6TWv6jSws). Fueron tremendamente eficaces, al punto que yo me atrevería a decir que la técnica del mensaje, el contenido o estructura del mismo y la relación con quien lo diseña y lo emite forman una unidad orgánica e indisoluble.

     Comienzo con el primer punto. ¿Por qué me molesta el uso de niños en el manejo de campañas publicitarias o incluso de concientización social? En primer término porque, en efecto, son terriblemente eficaces porque apelan a nuestro lado más sensible, más emotivo y, consecuentemente, menos racional.

     Hace décadas hubo un anuncio estupendo de la Secretaría de Salud en el que aparecía en primer plano el rostro de un niño—además no de uno güerito, de ojos azules, sino mucho más cercano a nuestras características socioculturales—que emocionado seguía una “cascarita” de futbol. La cámara se aleja y panea a los jugadores corriendo, pasando la pelota, etc. Una voz fuera de cuadro nos recuerda que hay que llevar a vacunar a nuestros hijos contra la poliomielitis….La cámara regresa al protagonista que suponemos en la banca esperando su turno. La voz fuera de cuadro insiste: “Si a ti se te olvida, a él nunca se le olvidará” justo cuando la cámara finalmente capta al niño en la banca de cuerpo entero y advertimos que está en muletas y no puede jugar.

     ¿Efectivo? Digamos que hoy en México la poliomielitis está prácticamente erradicada. ¿Ético? Sí, porque no se trata de una condición subjetiva y abstracta, sino de lo que en ese momento era una realidad objetiva y concreta: una enfermedad prevenible que afectaba a un porcentaje de la población infantil. El emisor, a su vez, era la Secretaría de Salud, es decir una instancia no sólo calificada sino obligada a dispensar los tratamientos médicos adecuados, de manera pública y gratuita. Es decir, una instancia socialmente legitimada para llamar la atención sobre un problema de salud pública.

     ¿Habría sido diferente si este mismo anuncio lo hubiera hecho una empresa de seguros o un hospital? No en cuanto a la efectividad, pero sí en cuanto a la ética porque aun cuando se pueda alegar que se trata de crear conciencia sobre un problema de salud pública, su fin último era promover una marca que opera, lógicamente, a partir de una lógica pecuniaria: obtener ganancia. En este caso el fin (la venta de un servicio, la promoción de una marca, etc.) habría subsumido los medios—el uso de los niños como factor emocional—desvirtuando el problema real—la poliomielitis como problema de salud pública—en función del interés privado.

     No cuestiono la legitimidad del interés privado. Una economía de libre mercado presupone la libre competencia de bienes y servicios a través de la publicidad. Mientras se mantenga en esa tesitura, adelante. El problema es (1) cuando el interés privado, que parte de un interés esencialmente pecuniario y especula con la ganancia, se quiere hacer pasar por interés público, es decir, abarcar esos asuntos que están formalmente más allá del mercado y la libre venta de bienes y servicios y, sobre todo (2) recurre a técnicas de persuasión o discursivas orientadas a la emoción, el drama y la exageración utilizando precisamente a quienes no tienen aún ni personalidad jurídica propia ni capacidad de racionalizar o cuestionar aquello que están “promocionando”: los niños.

     Tampoco digo que los menores de edad estén intelectualmente imposibilitados de pensar y entender su mundo, pero en buena medida todavía lo hacen a partir del horizonte vivencial de los adultos. Hay un problema profundamente ético, de falta de respeto a los derechos más elementales, cuando se utiliza para fines “políticos” a un sector de la población que, por Ley, no está facultado para participar en procesos de esa naturaleza y que nadie desea que emulen los aspectos más cuestionables y negativos de nuestra realidad social.

     Tan esto es así que la Organización de las Naciones Unidas para la Protección de la Infancia y la Niñez (Unicef) ha establecido un código de ética para no abusar de los menores en campañas publicitarias: no se debe presentar a los niños en situación de riesgo (por ejemplo, fumando), llevando a cabo actividades no propias de su edad (por ejemplo, disparando armas de fuego, secuestrando, etc.) o apersonando actitudes, actividades o formas de conducta propias de los adultos (véanse las siguientes fuentes: http://www.unicef.org/lac/restituirlosderechosdelainfanciaguiaparaperiodistas.pdf
Y un ejemplo más del gobierno de Malasia: http://www.unicef.org/malaysia/Children-in-Media.pdf

Dice un documento de la Unicef respecto del uso de los niños en cualquier forma de publicidad:

 “ii. They should not be shown in hazardous situations or behaving dangerously in the home or outside except to promote safety. They should not be shown unattended in street scenes unless they are old enough to take responsibility for their own safety.

iii. They should not be shown using or in close proximity to dangerous substances or equipment without direct adult supervision

iv. They should not be encouraged to copy any practice that might be unsafe for a child

v. Advertisements should not by implication, omission, ambiguity or exaggerated claim mislead or deceive or be likely to mislead or deceive children, abuse the trust of or exploit the lack of knowledge of children, exploit the superstitious or without justifiable reason play on fear”

      Asimismo, señala:
Do not exploit: Do not allow children to participate in any media process that might exploit their credulity, lack of experience or natural sense of loyalty. This includes the exploitation of a child’s enthusiasm and being mindful of hours worked.

Aun cuando estas citas provienen de documentos  que son una guía ética tanto para publicitas como para periodistas que cubren asuntos en donde potencialmente los niños podrían estar involucrados, establece una serie de directrices que afectan no sólo la labor periodística, sino también la publicitaria. No se vale que para asegurar la eficacia de un mensaje propagandístico, cualquiera que sea ésta su naturaleza, se utilicen a menores de edad, sobre todo cuando el fin mismo del mensaje no está dirigido a la población infantil propiamente dicha, sino a los actores políticos a quienes, por otra parte, se encasilla como responsables únicos de una situación de la que también son responsables—y mucho—los agentes económicos.

     Eso me lleva al otro punto. La naturaleza real deel “emisor” o, para ser más verídicos, del el enunciante: una supuesta Organización de la Sociedad Civil (llamada Nuestro México del Futuro) que se define a sí misma como “un movimiento social sin precedente a escala nacional que ha convocado a todos los mexicanos a expresar su visión sobre el México en el que les gustaría vivir”. ¿Movimiento social? ¿En serio?

      Formulo la duda porque, en realidad, dicho movimiento más que social es la creación de un grupo de empresarios, aun cuando en la página electrónica que define al movimiento y sus objetivos nunca se hace explícito ese hecho. Sólo en el fondo derecho de la página electrónica aparece un “Derechos reservados 2011 Grupo Nacional Provincial”. Es un caso semejante al de Iniciativa México, Teletón o, más recientemente, un supuesto movimiento ciudadano llamado Alguien Tenía que Decirlo, que resultó en realidad una ficción construida por uno de los integrantes de la familia González Torres, dueños de farmacéuticas y que han vivido de contratos con el sector público y de los privilegios e incentivos tanto burocráticos como fiscales.

     ¿Son los empresarios miembros de la sociedad civil? Por supuesto, en su calidad de individuos o, para ponerlo en términos fiscales, en su calidad de personas físicas. No así en su calidad de personas “morales”, es decir, como empresas o corporaciones que evidentemente obtienen beneficios de diversa índole—incluyendo lucrativos—con este tipo de iniciativas, a las que suelen utilizar más para fines de reducción de pagos fiscales que para realmente generar un beneficio social. Esta distorsión del concepto movimiento ciudadano y espontáneo, sirve de parapeto para intereses no públicos, sino privados, lo cual entraña una doble moral:

1. En el caso que nos ocupa por un lado se cuestiona a los legisladores y al Gobierno Federal como ineptos o ajenos a la realidad social, cuando son precisamente esos  legisladores y ese Gobierno los que han generado las condiciones legales y materiales para que estas empresas, parapetadas en un movimiento ciudadano, se desarrollen y tengan márgenes de ganancias exorbitantes, rara vez vistos en países como Estados Unidos, Canadá o los que integran la Comunidad Europea.

2. Precisamente gracias a esos legisladores que cuestionan a través de los niños, es que estas empresas gozan de algo que se llama “régimen de consolidación fiscal”, gracias al cual han podido diferir el pago de impuestos por un monto superior a los 36 mil millones de pesos (los datos los ha hecho públicos el legislador Mario Di Constanzo: además de los Legionarios de Cristo, Walmart, Cemex, Bimbo y FEMSA, son patrocinadores del video "niños incómodos". Estas empresas deben 36 mil millones en impuestos diferidos" Por no decir nada de Bailleres y sus empresas Palacio de Hierro y GNP).

     ¿Se imaginan qué se podría hacer con ese monto (superior, por ejemplo, a todo el presupuesto de la Universidad Nacional Autónoma de México) si, en vez de organizar espectáculos como el del Teletón, se aplicaran a los servicios públicos de salud o educación?

     En suma, me parece que el video de los niños “incómodos” es un abuso contra la libertad de expresión no sólo por el maniqueísmo fácil que maneja y el uso de técnicas de persuasión emotivas, sino también porque:

I. El mensaje no nos dice nada nuevo, nada de lo que no estemos conscientes. Precisamente el objetivo del mensaje es penetrar en la parte subconsciente, en la parte afectiva y menos racional de la persona: su objetivo no es concientizar, sino hacernos “reaccionar” ante un estímulo visceral.

II. Los emisores carecen de la autoridad moral al no exponer públicamente que, más que un punto de vista ciudadano, expresan el punto de vista de un grupo de empresas que tienen mucho que ganar con este tipo de presiones

III. Por el contexto en el que se lanza el mensaje, es decir, justamente durante el proceso electoral ¿Por qué no haberlo hecho antes o después? ¿No hay acaso una clara intencionalidad política más que ciudadana o social en este tipo de campañas?

IV. Por el uso de un sector de la población que está excluido de participar legítima y legalmente en el mismo proceso al que la campaña alude.