Hoy domingo se verá si la campaña sistemática y discreta que emprendió Marcelo Ebrard para posicionarse en el ánimo del imaginario colectivo tuvo el efecto deseado, o si la estela de reconocimiento--y de encono-- que Andrés Manuel López Obrador ha logrado mantener estos cinco años, será definitiva en la encuesta por la que se definirá el candidato de "izquierdas" para contender por la Presidencia de la República en el 2012.
Con mucha inteligencia, Marcelo Ebrard emprendió una serie de acciones que motivaron la atención de los medios sobre su figura: la boda con la ex Embajadora de Honduras en México; el saludo al Presidente Calderón en el Informe que éste rindiera en el Museo Nacional de Antropología e Historia; el despido de Martí Batres de la Secretaría de Desarrollo Social del GDF; su asistencia a la inauguración de la Plaza Mariana, donde convivió en el Cardenal Norberto Rivera, Carlos Slim y, nuevamente, con Felipe Calderón; las entrevistas y comentarios que le han hecho en varios medios de información, particularmente Milenio; el viaje a Kuwait; la entrevista con la presentadora estadounidense Martha Stewart; la carta de motivos que publicó en los medios de información y el desplegado que firmaron cien intelectuales y académicos (no son necesariamente lo mismo) en su apoyo.
Llama la atención, por cierto, que una de las encuestadoras que participará en el proceso, Nodo, esté dirigida por Luis Woldenberg, mientras que uno de los firmantes del despelgado en apoyo a Ebrard sea José Woldenberg. No digo que haya mano negra, pero es un dato que vale registrar.
La campaña que emprendió Ebrard, siempre relacionada con sus funciones o su vida personal (para evitar impugnaciones ante el IFE), tuvo como objetivo presentar a un político que, pese a provenir de un partido notoriamente rijoso y controvertido, es capaz de reconocer la institucionalidad del Poder Ejecutivo (lo que lo deslinda de quienes siguen hablando de Calderón como Presidente espurio), reconocer y legitimar la principal jerarquía católica en México (lo que mitiga su anterior confrontación con el Cardenal Sandoval Íñiguez) y su reconocimiento de uno de los principales actores económicos y representante de la clase empresarial mexicana (Carlos Slim). Asimismo, que es un hombre de familia (podrá haberse divorciado dos veces, pero mantiene el principio del matrimonio).
Ebrard ha querido, y creo que en buena medida lo ha conseguido, presentarse como un político institucional, racional y razonable, lejano al radicalismo de su segundo mentor político (AMLO; el primero fue Manuel Camacho Solís) y consecuentemente como alguien digerible por parte de lo que podríamos llamar un centro progresista. Ha sabido con esto, asimismo, irse alejando de los conflictos internos del PRD para construirse una imagen pública individual. En cierto sentido es una operación semiótica no muy distante a la que llevó a cabo Fox entre 1997 y 2000, es decir, fue el candidato del PAN sin ser propiamente un panista tradicional.
Es muy probable que un sector de la clase media mexicana, insatisfecha con los actuales actores políticos y lo que representan (la estulticia de Cordero, el feminismo ramplón de Váquez Mota, los excesos mediáticos de Peña Nieto y el radicalismo contestatario de López Obrador), vea en Ebrard al mejor candidato posible: más o menos ecuánime, más o menos firme, mucho más serio y articulado que sus oponentes y, sobre todo, capaz de remontar la carga negativa del Partido que podría postularlo, el PRD, para aparecer como la opción más sensata, o menos cuestionable, en el próximo proceso electoral.
Creo sinceramente que Ebrard, si bien progresista y laico moderado, nunca ha sido hombre de izquierda. No tiene la formación ideológica ni la militancia activa que lo ligue a las luchas sociales que aquélla supone. En ese sentido, repito, al igual que Fox, Ebrard ha sabido montarse en la estructura del PRD para arropar su candidatura y su proyecto personal de llegar a la Presidencia. Con él, inevitablemente, estaría también llegando Manuel Camacho Solís, el malogrado político, y durante un tiempo el hombre fuerte de Carlos Salinas de Gortari.
De ser el caso, tendríamos un proyecto que más que defender o impulsar las cauas de la izquierda (notablemente: recuperar la rectoría económica del Estado, acotar el desenfreno de la clase empresarial, generar sistemas de redistribución de la riqueza y limitar la expansión tanto de la industria de la rado y la televisión concesionadas, como de la Iglesia Católica, por señalar los más urgentes), mantendría vigente el esquema de una democracia liberal, muy orientada al libre mercado, a la desregulación economómica y a manejar, más que erradicar, los esquemas de desarrollo que han acentuado la desiguladad económica y educativa de México.
Sin embargo, no puede darse por muerto a Andrés Manuel López Obrador. Pese a la imagen negativa que aun tiene en varios sectores de la sociedad mexicana--particularmente en los más dispuestos a salir a votar para evitar que llegue a la Presidencia los que algunos consideran como una suerte de Hugo Chávez tabasqueño--López Obrador sigue teniendo una gran ascendencia sobre los sectores más vulnerables del país, pero también sobre un grupo distinguido de intelectuales: Raquel Sosa, Elena Poniatowska, Enrique González Pedrero, etc.
No todos ven mal a López Obrador. Es un político tosudo y persistente, que ha sabido mantenerse en el horizonte del deabte público (sigue siendo un referente temático, para bien o para mal) y que, a diferencia de lo ocurrido hace seis años, ha ido corrigiendo algunos excesos discursivos así como algunas posturas vistas como intransigentes: su gira por los Estados Unidos y su visita a la CIRT son muestra de ello. Ahí, por cierto, supo echarle un lazo a Carlos Slim (aprobaría una tercera cadena de televisión), sin amenazar a las dos grandes corporaciones que hoy dominan la industria mediática.
Curiosamente, de tener las encuestas un resultado poco claro o muy apretado, no sería imposible que reapareciera en escena un tercer personaje que también se ha sabdio mantener en el ánimo público y, al mismo tiempo, distanciar de los excesos del PRD: Cuauhtémoc Cárdenas. Tampoco puede dársele por muerto. Cárdenas ha madurado y ha tenido tiempo para reconfigurar su imagen pública. Sigue siendo un nombre ligado a uno de los mitos fundacionales de la política moderna mexicana pero, al mismo tiempo, Cuauhtémoc mismo ha logrado labrar un perfil propio, en parte, como víctima de los abusos del sistema político que, en 1988, no quiso reconocer lo que, para muchos, había sido un triunfo claro.
Cárdenas podría ser el fiel de la balanza en una izquierda que, para ser honestos, ha perdido el rumbo ideológico (carece de propuestas claras) y se ha desgastado en términos de imagen, en buena medida por ese mal que tanto denunció y combatió y del que hoy está contagiada hasta la raíz: la corrupción. De Cárdenas se podrán decir muchas cosas, pero no que sea alguien vinculado o ligado a la corrupción (ese es un punto flaco de Ebrard, por cierto).
Ante la debacle de credibilidad institucional, la crisis de legitimidad de una clase política cuya aparente juventud más que hacerla vigorosa e innovadora, la ha proyectado como frívola, ambiciosa y sin sentido de pertenencia nacional, Cárdenas se yergue como un político centrado, maduro, sólido y nacionalista. Bien podría ser el Mitterand mexicano que, a la cuarta, por fin logra llegar al poder. Al tiempo.
Mi querido Felipe, me parece sensacional que hayas abierto un blog; enhorabuena para quienes nos ilustramos con tus ideas. Desde ya, me declaro fan y promotora.
ResponderEliminarSobre el post, coincido en tu visión de las tres figuras. Agrego mi percepción de que ninguno tiene la fuerza suficiente para obtener la Presidencia, entre otras razones, una que trasciende a los candidatos: estructuralmente el partido no se ha desarrollado, su presencia fuera del DF sigue siendo endeble.